miércoles, 17 de septiembre de 2008

San Sebastián, desde lejos

Otro festival de San Sebastián que comienza y otra edición a la que no puedo acudir. Antes intentaba no perdérmelo. Era más fácil puesto que tenía casa familiar allí (es mi ciudad natal). Pero bueno, el tiempo pasa, la gente muere o se muda... Y ahora entre el trabajo y el alto costo de pasar 10 días allí, tengo que privarme.

Tampoco se acaba el mundo. Muchos años estuve allí y poco o nada ha evolucionado el certamen donostiarra. Ha crecido, el Kursaal es feo, mucha más gente, muchos más periodistas... La nostalgia es uno de mis pecados capitales, así que no voy a abundar en la bondad del tiempo pasado. Lo que no cambia es el optimismo visceral de sus organizadores. Mikel Olaciregui, su director, sigue diciendo que el donostiarra es el cuarto festival del mundo. Tengo mis dudas sobre si olvida a Sundance y Toronto, o se considera por delante de Berlín o Venecia. Ambas cosas son temerarias.

No puede dudar Olaciregui y su equipo que Toronto está considerado si no como el primero al menos el segundo (tras Cannes), y la prueba la tiene en que más de la mitad de las pelis que ellos han seleccionado en su sección oficial resulta que se estrenaron mundialmente en el certamen canadiense. Si, allá no hay concurso, pero lo importante no es si se llevan o no premio, sino qué festival logra la primicia de esos títulos.

Con permiso de Locarno o Rotterdam, podríamos discutir si el donostiarra es el cuarto mejor... de Europa, pero el "ranking" tampoco es tan importante. Si les hace felices autoconvencerse de que Donosti es el cuarto del mundo, adelante. Luego pueden decir que el txakolí es el tercer vino blanco mejor del universo y el funicular de Igeldo el más "chic" de la galaxia.

El caso es que mi ciudad es una de las más bellas de la tierra, que se come muy bien, y que hay mucho cine para ver y disfrutar. Eso es suficiente para pasarlo bien durante el festival. Si de veras quieren competir, tendrían que cambiar demasiadas cosas, y eso sería traumático para muchos, empezando por las fuerzas vivas de la localidad.

De la cosecha de este año, sin embargo, debo felicitarles por haber conseguido la última cinta de Kim Ki-duk, un peso pesado del panorama festivalero, que no acabo de entender por qué no estuvo estrenándola en Venecia o Toronto. Si pensamos mal, podríamos deducir que su "Dream" no hay por dónde agarrarlo, pero el mundo del cine y sus relaciones son muy complicadas, así que mejor me espero al pase de la peli en el Kursaal antes de aventurar el motivo del éxito donostiarra.

Personalmente, sigo lamentando que sus seleccionadores apuesten de nuevo por Europa (ahora también por Asia), porque a eso ya juegan los dos festivales antes citados y el resto. Si yo fuese el responsable jugaría la carta iberoamericana. En ese terreno sí que se puede ser ganador y acaparar estrenos mundiales, que es de lo que se trata, por si no lo saben.

También hay que felicitarles por Meryl Streep... Por fín no hay restos de serie para el Premio Donostia. El palmarés de estos últimos años salvo excepciones era más bien lamentable. De Antonio Banderas no voy a decir nada, porque es una bellísima persona y se merece todo lo bueno que la vida le conceda.

Aunque de lejos, seguiré atento al certamen donostiarra, porque ha sido parte de mi vida, parte importante.

domingo, 7 de septiembre de 2008

San Ernesto Guevara

Este fin de semana fui a ver "Che: El argentino", a sala llena (no era muy grande), lo cual fue toda una satisfacción. El estreno de la primera entrega del díptico de Steven Soderbergh sobre Ernesto Guevara, primero comercial tras el lanzamiento mundial en Cannes, ha hecho bastante ruido en España, país que en buena medida ha financiado la doble "biopic". Lo pasé bien, aunque no sea una obra maestra y se eche de menos una mayor distanciación crítica hacia el personaje histórico retratado.

Y es que "Che", al menos en su primer capítulo, es una hagiografía en toda regla, un canto a la personalidad heroica del revolucionario sin patria, con un alto sentido del deber, humanista, justo y justiciero... y hasta guapo. Me recordaba a aquellas películas de vidas de santos que veía en los bajos de la catedral donostiarra del Buen Pastor, complementarias a la catequesis. Al Che de Soderbergh sólo le falta hacer milagros... suponiendo que la toma de Santa Clara no lo fuera.

Guevara es un personaje histórico muy interesante y es difícil no simpatizar con su lucha, pero hubiera agradecido algún detalle "negativo" o al menos dudoso, oscuro, ambiguo... Sin embargo, el único vicio del Che Benicio son los benditos habanos... A su lado tiene a la amantísima Catalina Sandino, que bien merece unos cuernos, pero el comandante sólo piensa en la familia de dejó en México y no muestra debilidades humanas, alguna tos aparte.

Me encantó Demián Bichir, que ha trabajado con virtuosismo la recreación de Fidel, borrando su propio acento mexicano para adquirir el tono monacal del comandante supremo. Puede que fisicamente no se parezcan tanto, pero con esa voz te lo crees desde el primer minuto.

Quizás esta muestra de cine bíblico-revolucionario se salga un poco de la vía apologética con el personaje de Camilo, en el que se atisba simpatía y humor, o sea humanidad, frente al resto de los apóstoles. Ha sido el venezolano-chileno Santiago Cabrera el encargado de dar vida a Cienfuegos. El casting, una especie de "Iberoamerican All Stars", es de lo mejorcito de la película, aunque en algunos casos patine el acento. Sobre todo en el brasileiro Rodrigo Santoro (Raúl Castro) o la española Elvira Mínguez (Celia Sánchez), pero también se echa de menos un soniquete más argentino en Del Toro-Guevara, que -aparte de decir "Che" profusamente- suena siempre a caribeño.

Pero bueno, la película se disfruta, sobre todo si como yo dejaste parte del corazón enterrado en Cuba, y además, nadie es perfecto... salvo el Che...

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Cine de autor y otros demonios

El cine de autor está en crisis. Sí, ya sé que su situación si exceptuamos una década a caballo entre los 60 y los 70 nunca ha sido boyante, pero ahora diversos síntomas muestran señales de putrefacción nada tranquilizadoras. Desaparecen o se concentran productoras, se reduce su mercado, menudean los espectadores, los festivales no encuentran buena materia prima...

Lo primero sería definir qué es o qué entendemos por cine de autor, una polémica tan vieja como la del cine independiente, que es una forma moderna de llamar a casi lo mismo. Se supone, o así lo entendíamos en mis tiempos de cinestudios y arte y ensayo, que es cine de autor el de aquellos cineastas que disponen de la máxima libertad creativa, la cual no queda mediatizada por un estudio o un productor. El problema surge cuando algunos directores alcanzan tal poder que se convierten en sus propios productores, y negocian de tu a tu con los financieros hasta conseguir abultados presupuestos que no difieren de los que de las superproducciones diseñadas como simples productos destinados a alcanzar rápida rentabilidad. Hablo por ejemplo de un Spielberg o un Cameron. En el extremo opuesto nos encontramos con otro palo en la rueda de nuestra definición: la de aquellos productores-autores que acaban mediatizando a sus directores y se empeñan en meter mano en guiones, castings o campañas de promoción. Estoy pensando en Querejeta, por ejemplo, cuando se peleó con Erice por "El sur".

En cuestiones de cine, amigos míos, hay pocas verdades eternas, escasas certezas y definiciones nada universales.

El otro día leía una anotación en el blog de Peter Bart, editor de Variety, sobre lo que ellos llaman "Art House Movies", equivalente a nuestro cine de autor, en el que las calificaba como "especie en peligro de extinción". Y es que las cifras de taquilla bajan cada año para esos títulos, ante el desinterés del público. Ahora mismo estamos viviendo en Venecia la mala acogida recibida por la mayoría de las películas presentadas, que podríamos situar en ese mismo género.

Hay demasiadas circunstancias negativas: Escasea la audiencia, se multiplican los nuevos autores que graban cualquier cosa con su cámara HD, los viejos dinosaurios han agotado su talento pero siguen copando muchos espacios, y quedan demasiado lejos las fascinantes obras de los directores italianos, franceses o independientes americanos de los 60 o los 70.

No podemos pedir al aficionado, sobre todo a los más jóvenes que se han criado en la teta derecha del videojuego y la izquierda del videoclip, que soporte espesas contemplaciones del ombligo o plácidos crecimientos de la hierba en las puestas de sol. Entre todos la mataron y ella sola se murió.

En el fondo, al cine de autor le pasa igual que al de los grandes estudios: el talento se hace cada vez más raro. Falta interés en las superproducciones repletas de efectos digitales y escasea entre los autores. Quizás la diferencia radique en que a las primeras les basta con llenar salas el primer de semana y con ello se dan por satisfechas, y en cambio a los segundos les importa un carajo lo que opine el público, porque ellos están por una parte subvencionados y por otra más que convencidos de haber hecho una obra maestra. Siempre habrá un par de críticos estructuralistas que encontrarán arte donde sólo los demás sólo vemos un soberano coñazo.


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