jueves, 20 de noviembre de 2008

La venda donostiarra antes de la herida

El equipo directivo del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, presidido por Mikel Olaciregui, hizo pública días pasados una nota en la que amenaza con una dimisión colectiva en caso de que las instituciones rebajaran su aportación al certamen con la bastante justificada excusa de la crisis económica, que obliga a una austeridad presupuestaria.

De hecho, una de esas instituciones, la Diputación guipuzcoana, ya había propuesta una rebaja en su subvención de 90.000 euros, que tampoco es como para desbaratar el presupuesto del Zinemaldia donostiarra...

Pero, en su nota, los responsables del certamen hacen referencia a otro tema que en principio no parece tener que ver, aunque quizás sí... Afirman que en los dos últimos años han acumulado un déficit en sus cuentas de casi un millón de euros, algo que califican de "estructural" (?) y comentan que sólo equivale al 5% de sus cuentas totales, y que lo van a absorver sin exigir más ayudas públicas.

A nadie se le escapa que el dinero es un ingrediente fundamental para el brillo de un festival, donde el mayor capítulo de gasto suele estar en los invitados, sobre todo los relacionados con las películas proyectadas y otras actividades paralelas.

La amenaza de Olaciregui y sus colaboradores apunta a que se irán si no reciben las subvenciones "en las condiciones que, desde nuestra responsabilidad profesional, consideramos necesarias".

Es un órdago en toda regla, que como sabe cualquier jugador de mus, puede obtener o un éxito total o un fracaso rotundo, sin medias tintas.

Desde mi experiencia personal en la organización y asesoría de festivales, creo que Olaciregui y compañía se equivocan. Su estrategia es arriesgada, pero sobre todo su actitud es más que discutible. Creo que estamos en un momento en el que hay que ser flexible, porque la crisis afecta a todos y hay que responder ante ella solidariamente. Esa soberbia de decir: "A mi que no me toquen" demuestra una peligrosa autosuficiencia, sobre todo considerando que sí se puede hacer el festival con menos dinero. ¿Sería menor la brillantez? Quizás sí y quizás no. Todo depende a donde le metieran la tijera.

Si nos ponemos a analizar el contenido de San Sebastián y otros macrofestivales, realmente sus puntos destacados están acompañados por otros contenidos prescindibles. Varios han sido los festivales que en los últimos años han reducido secciones y número de títulos. Y no ha pasado nada. Un festival con 500 películas no es mejor que uno de 100. No pretendo dar lecciones a los directivos del festival donostiarra. Sería otra muestra de soberbia. Sólo sé que es posible reducir su presupuesto concentrando esfuerzos en los apartados que realmente son rentables desde el punto de vista del público y de los medios de comunicación.

Finalmente, sí me parece grave que ese déficit acumulado sea tratado con tanta benevolencia, como si un millón de euros fuera una minucia. La mayoría de los festivales españoles tienen presupuestos inferiores a esa cifra. Honra -eso sí- a Olaciregui y compañía lo que cuentan en su nota, que pusieron sus cargos a disposición de las instituciones en relación con este tema y fueron ratificados en ellos. Por esto también deberían apretarse el cinturón, en cualquier caso...

De cualquier manera, no seré yo quien crea que en este momento sería deseable un cambio de dirección en el Zinemaldia, aunque quizás sí una vuelta de timón y una actitud más austera en lo económico y sobre todo más original en su programación, demasiado dependiente de Toronto y otros festivales, pero ese sí que es otro tema.

martes, 4 de noviembre de 2008

La Seminci, camino de la reinvención

Los festivales de cine son como los buenos vinos. Cada botella es distinta, incluso dentro de la misma marca, y por supuesto las cosechas influyen en el resultado final. La climatología según los años también tiene que ver. Pero, a diferencia de la industria vitivinícola, quien manda en la bodega tiene gran importancia. Valladolid, la Semana Internacional de Cine de esta ciudad castellana, Seminci para nosotros, acaba de cerrar sus puertas con la primera prueba de fuego para su nuevo director, el periodista Javier Angulo.

Siempre digo que un festival es una de las tareas humanas en las que la suerte es tanto o más importante que la voluntad, inteligencia y capacidad de trabajo de sus organizadores. Angulo no la ha tenido especialmente buena, al menos este año. No sólo su puesto cambió, sino buena parte del equipo, por la entrada de una nueva empresa que gestiona el evento. Los ayuntamientos e instituciones quieren quitarse lastre y están privatizando la gestión de muchos eventos, lo cual no estoy muy convencido de que sea la mejor de las soluciones. Pero ese es otro tema.

El caso es que hubo fallos organizativos en la venta anticipada por internet de las entradas, que causaron sobre todo la ira de algunos espectadores, y que deslucieron desde la óptica local el certamen. La nueva dirección declinó toda responsabilidad y la achacó a la empresa contratada por la Seminci, pero para el que hizo cola y no consiguió butaca o se encontró que a pesar de tenerla la sala estaba llena, es a la cabeza visible, o sea a Angulo, a quien pueden culpabilizar.

Por encima de este detalle, el nivel de las cintas mejoró, y hubo bastantes invitados destacados. Es de esperar que la cosa mejore considerablemente el año próximo, cuando el equipo se consolide y Angulo controle todos los resortes con el tiempo suficiente. Porque lo nombraron en verano, apenas unos meses antes de esta última edición.

Muchos nostálgicos recuerdan -recordamos- aquellas brillantes Semincis de los 80 y 90 cuando todas las películas se dividían en buenas y mejores, porque el certamen era un verdadero festival de festivales, que traía en primicia lo mejor de Cannes, Berlín o Venecia. Ese festival, que bajo el mando del actual director general de Cine Fernando Lara, vivió sus mayores momentos de gloria no puede volver, ni aunque su mentor se sentara de nuevo en un despacho del Teatro Calderón, por la sencilla razón de que, como decíamos al principio, todo cambia.

San Sebastián tiene desde hace unos años una sección llamada "Perlas de festivales" que le roba parte de lo mejorcito, y otros festivales previos y el posterior de Sevilla, dedicado en exclusiva al cine europeo y con sustanciosos premios en metálico, pueden llegar a ser más seductores para los distribuidores nacionales e internacionales.

Es ahora mucho más difícil dirigir Valladolid. A Javier Angulo, a quién habrá que juzgarle de verdad en un año, le espera una dura tarea.
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