sábado, 3 de octubre de 2009

Polanski y la culpa

El revuelo sobre el "Caso Polanski" ha sido importante, y sigue dando noticias a diario desde que el cineasta fue detenido en Zurich a petición de las autoridades judiciales californianas. Muchos de sus colegas -aunque no todos- han salido en su defensa, criticando a los helvéticos por aprovechar la invitación a un festival para arrestarle, y solicitando su perdón.

Siempre he sido enemigo del corporativismo, que es primo hermano de la xenofobia. Lo nuestro es lo bueno y no se puede juzgar con el mismo criterio que lo ajeno. O como dijo aquel político norteamericano gráficamente, "es un hijo de puta, pero es "nuestro" hijo de puta", por lo que merece un trato especial.

En el caso que nos ocupa, no es importante si el tiempo ha pasado y entremedias Polanski ha seguido rodando grandes películas que engrosan la historia del cine. Una de ellas es la oscarizada "El pianista", sobre un caso real relacionado con el holocausto, hecho histórico que lamentablemente Roman Polanski conoció en carne propia. Ni él, ni los judíos, ni todo ciudadano bien nacido puede olvidar, ignorar o perdonar el exterminio de una parte de la raza humana -único calificativo válido para poner delante o detrás de la palabra raza-, por mucho tiempo que haya pasado.

De la misma forma, no importa que Polanski perpetrara su violación de una menor de edad hace más de tres décadas. En EEUU esos crímenes no prescriben, y en el sentido común, tampoco. Es igualmente irrelevante el perdón de la víctima, que si no me equivoco fue indemnizada en su momento.

El realizador franco-polaco ha estado todo este tiempo huyendo de la justicia norteamericana y de un delito asumido -al menos parcialmente- por él mismo. Ello le ha permitido seguir trabajando en el resto del mundo y preservar su libertad, pero el incalificable daño cometido sigue ahí, y no lo puede borrar una estatuilla dorada.

En Francia, cuyas autoridades han respaldado al director, además de la solidaridad de numerosos colegas, una voz discordante, la de Luc Besson, ha recordado que una cosa es la exitosa carrera de Polanski y otra su responsabilidad humana para asumir sus errores. Es evidente que el autor de "Chinatown" no es un violador o un criminal en serie, pero su enajenación de un día, su error, requiere de una reparación, aunque sólo sea con el fin ejemplarizante de demostrar que nadie por el hecho de ser artista deja de ser persona consciente de sus actos.

Puedo entender a quienes le apoyan y piden su indulto. Incluso podría personalmente unirme a ellos una vez que Polanski tenga la valentía de acudir ante el tribunal norteamericano que llevo 32 años esperándole para dictar sentencia, pero su actitud en todo este tiempo ha sido de cobardía y negación de la realidad. El viejo principio del Derecho que asevera que todos somos iguales ante la Ley se debe aplicar también aquí.

En la recta final de su vida, Roman Polanski, persona sensible al sufrimiento como lo ha demostrado en pantalla, debe dejar de negar la realidad y asumir un castigo para su error. Sólo entonces podremos pedir a la Justicia que sea magnánima.
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