miércoles, 3 de septiembre de 2008

Cine de autor y otros demonios

El cine de autor está en crisis. Sí, ya sé que su situación si exceptuamos una década a caballo entre los 60 y los 70 nunca ha sido boyante, pero ahora diversos síntomas muestran señales de putrefacción nada tranquilizadoras. Desaparecen o se concentran productoras, se reduce su mercado, menudean los espectadores, los festivales no encuentran buena materia prima...

Lo primero sería definir qué es o qué entendemos por cine de autor, una polémica tan vieja como la del cine independiente, que es una forma moderna de llamar a casi lo mismo. Se supone, o así lo entendíamos en mis tiempos de cinestudios y arte y ensayo, que es cine de autor el de aquellos cineastas que disponen de la máxima libertad creativa, la cual no queda mediatizada por un estudio o un productor. El problema surge cuando algunos directores alcanzan tal poder que se convierten en sus propios productores, y negocian de tu a tu con los financieros hasta conseguir abultados presupuestos que no difieren de los que de las superproducciones diseñadas como simples productos destinados a alcanzar rápida rentabilidad. Hablo por ejemplo de un Spielberg o un Cameron. En el extremo opuesto nos encontramos con otro palo en la rueda de nuestra definición: la de aquellos productores-autores que acaban mediatizando a sus directores y se empeñan en meter mano en guiones, castings o campañas de promoción. Estoy pensando en Querejeta, por ejemplo, cuando se peleó con Erice por "El sur".

En cuestiones de cine, amigos míos, hay pocas verdades eternas, escasas certezas y definiciones nada universales.

El otro día leía una anotación en el blog de Peter Bart, editor de Variety, sobre lo que ellos llaman "Art House Movies", equivalente a nuestro cine de autor, en el que las calificaba como "especie en peligro de extinción". Y es que las cifras de taquilla bajan cada año para esos títulos, ante el desinterés del público. Ahora mismo estamos viviendo en Venecia la mala acogida recibida por la mayoría de las películas presentadas, que podríamos situar en ese mismo género.

Hay demasiadas circunstancias negativas: Escasea la audiencia, se multiplican los nuevos autores que graban cualquier cosa con su cámara HD, los viejos dinosaurios han agotado su talento pero siguen copando muchos espacios, y quedan demasiado lejos las fascinantes obras de los directores italianos, franceses o independientes americanos de los 60 o los 70.

No podemos pedir al aficionado, sobre todo a los más jóvenes que se han criado en la teta derecha del videojuego y la izquierda del videoclip, que soporte espesas contemplaciones del ombligo o plácidos crecimientos de la hierba en las puestas de sol. Entre todos la mataron y ella sola se murió.

En el fondo, al cine de autor le pasa igual que al de los grandes estudios: el talento se hace cada vez más raro. Falta interés en las superproducciones repletas de efectos digitales y escasea entre los autores. Quizás la diferencia radique en que a las primeras les basta con llenar salas el primer de semana y con ello se dan por satisfechas, y en cambio a los segundos les importa un carajo lo que opine el público, porque ellos están por una parte subvencionados y por otra más que convencidos de haber hecho una obra maestra. Siempre habrá un par de críticos estructuralistas que encontrarán arte donde sólo los demás sólo vemos un soberano coñazo.


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