sábado, 1 de marzo de 2008

Paseando por Lincoln Road

Es la cuarta vez que vengo a Miami, aunque la primera por el Festival Internacional de Cine, que este año celebra su primer cuarto de siglo. La ciudad más conocida de la Florida no está entre mis lugares favoritos del mundo. No puedo evitar contemplar sus más promocionados paisajes urbanos y playas como decorados de película o telefilm, recreaciones informáticas en tres dimensiones, para que las saquen en "C.S.I. Miami" o "Dexter". Detrás hay una de las muchas ciudades norteamericanas enormes, extensas, con casitas unifamiliares cuadriculadas por autopistas y un "mall" cada poco.

Hace años estuve cerca de tener un trabajo en esta ciudad. Por suerte, no salió. Obviamente hay muchos sitios peores, así que no voy a quejarme de estar aquí, ya que vine voluntariamente. Simplemente quería antes que nada transmitirles que no es el lugar fascinante por el que parecen soñar millones de personas, especialmente en América Latina. Si es cierto que pocos sitios como este tan llenos de contradicciones, pero también de tolerancia y respeto a la diversidad. El destino donde miles de norteamericanos van tras su jubilación y en espera del adiós en un ambiente cálido, el de los "homeless" que emigran acá como las aves al llegar el invierno, las calles por las que pasean los deportivos más espectaculares del mercado, las berlinas más lujosas y los todoterrenos más impresionantes, la capital del turismo "gay" del sur-este, la nueva patria de incontables emigrantes caribeños y suramericanos, un escaparate de bellezas femeninas de cualquier raza y nacionalidad... Todo esto y mucho, muchísimo más, es Miami.

El festival en sí mismo parece sumido en un etapa de celebración -cumple 25 años- pero aún más de cambio. Ha estrenado nuevo director, y me parece que busca unas señas de identidad más profundas. Esta es una ciudad de vacaciones, de diversión, de compras y frivolidad, pero algunos también quieren que sea de cultura y espectáculo. Imagino que no es tan fácil darle una personalidad, y atraer a la prensa y a un público joven. Hace un rato estuve en la proyección de una película brasileira, "O estomago", inteligente fábula sobre los placeres de la carne, la mesa y el poder, y la media de espectadores era de 35 años, lo que me dejó bastante sorprendido. También que la gran mayoría fueran anglosajones de clase media-alta. La prensa tampoco parece mostrar demasiado interés. A las 2 de la tarde acudí al único pase de prensa del día... Y vi la película yo solo en el cine. Es una experiencia no nueva (hace años en Cuba ví así unos cuantos clásicos nacionales en una sala del ICAIC para un ciclo que estaba preparando) pero sí ciertamente extraña y poco común para el común de los mortales cinéfagos. En fín, que en próximos días les daré más impresiones desde la fresquita en lo meteorológico Miami.

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