
Imagino que en el caso del escritor riojano era algo intrínseco a su personalidad. No se consideraba importante y -sabio además de genio- era consciente de que son justamente los más necios y pretenciosos quienes menos merecen la admiración ajena. El mundo del cine está amueblado de vanidades múltiples, de envanecimientos ridículos, de tipos mediocres que se autocalifican de "Autores", palabra que cuando sale con mayúscula de la boca de quien así se considera me parece odiosa. En este panorama de niñatos que se creen genios antes de afeitarse a diario, de "maestros" cuyas recaudaciones -síntoma de desaprecio popular- no darían mi para pagar una cena a su familia, Rafael Azcona se conformó con trabajar y no hacer ruido, dejar que los demás se atribuyeran al menos parte de su talento. Sabía que la admiración que vale es la del cariño de quienes te quieren y con quienes compartes una película, una copa o un cigarro.
¡Qué gran lección nos ha dado hasta el último momento! Se ha ido por la puerta de servicio para evitarse el pornográfico espectáculo de trajeados vividores plantados junto a su ataud, mezclándose con sus verdaderos amigos. Nunca tuve el placer de conocerlo, pero estoy seguro que he aprendido mucho de él a través de sus películas, esas en cuyos carteles el apellido Azcona apenas se lee en letras pequeñas.
1 comentario:
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