miércoles, 16 de abril de 2008

Una torpe invitación

Torpeza es la palabra que mejor resume, según mi opinión personal, "Todos estamos invitados", la última cinta de Manuel Gutiérrez Aragón, y la primera quizás de un cineasta español de dilatada trayectoria sobre la situación de violencia política en el País Vasco. Estuve en su presentación en Madrid, y agradezco al propio cineasta cántabro una frase que le voy a tomar prestada: "No hay que juzgar a las películas por sus intenciones, sino por sí mismas". Justamente, de eso se trata. Me parece loable que el prestigioso realizador, ex presidente de la poderosa Sociedad General de Autores y ahora de su fundación, se moje para denunciar la sinrazón del terrorismo, lo injustificable del tiro en la nuca a quien piensa diferente y se opone a la lucha de "liberación nacional", pero lo importante es lo que se ve en pantalla, hable de ETA o del efecto mariposa. Y ahí aparecen los problemas.

El primero es un guión que demuestra que trayectoria y fama no siempre coinciden con talento. Sorprende ver a Gutiérrez Aragón y a la actual presidenta de la Academia, Angeles González-Sinde, firmando un texto chapucero, obvio, que choca con la trayectoria de ETA, que convierte a un amnésico en aparente retrasado mental, hace que un habitual asistente a cenas de sociedad gastronómica donostiarra olvide que tiene una la víspera del día del patrón de su ciudad (y despida a su guardaespaldas) y pone a un cura a leer tranquilamente el periódico, sentado en una silla al lado del altar mayor de su iglesia...

Son torpezas dignas de un primerizo, pero no de dos profesionales de prestigio. Da la sensación de que tenían que apañar el asunto deprisa y corriendo y a otra cosa. No le han puesto pasión. No han investigado suficiente. No han cuidado los detalles. Y todo ello, cuando se habla de una realidad tangible, de unas situaciones que no son verdaderas pero pudieran serlo en cualquier momento, resultaba imprescindible.

Oscar Jaenada se esfuerza, pero choca con ese guión empeñado en transformar la confusión mental y posiblemente el dilema moral en un estado que roza la subnormalidad. Coronado es un tipo atractivo que ha conseguido en alguna contada ocasión ("La caja 507" y poco más) interpretar con cierta credibilidad, pero desde mi punto de vista nunca ha sido un buen actor y aquí también anda perdido por el mismo problema de base, su texto.

Finalmente, la realización de Gutiérrez Aragón es rutinaria, plana y de nuevo torpe. Se trataba de cubrir el expediente y punto. Simpatizamos con sus intenciones, pero hay algunas otras aproximaciones a la tragedia vasca con mayores alicientes cinematográficos, como "Yoyes", "Ander eta Yul" o "Días contados".

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