martes, 4 de diciembre de 2007

Corto me lo fiais, don Francisco de Goya


Era de prever que cuando la Academia decidió el pasado octubre quitar de la ceremonia de entrega de los Premios Goya las especialidades relacionadas con el cortometraje, ese amplio colectivo iba a sentirse ofendido. No se trataba de "borrar" del mapa del cine español a los cortos, sino que pretendían que sus Goyas se recogieran en la previa gala de nominados. A todos, actores, directores, camarógrafos y peluqueros, les provoca su minuto de gloria ante las cámaras de TV, y los cortometrajistas se enfadaron bastante. Se movilizaron, han logrado tres mil y pico firmas de apoyo (que tampoco es que sea para tirar cohetes...) y han obligado a la Academia no sólo a rectificar y readmitirles en la ceremonia, sino a crear próximamente una comisión para tratar de su "poblemática", como decía uno de los añorados personajes de Luis Figuerola-Ferreti en Radio Nacional.

Para bien o para mal el cine es una tarea colectiva, y aunque mi amigo Sergio Candel sea capaz de hacer cine con cuatro personas más (un cámara, un sonidista-jefe de producción y dos actrices), normalmente son ciento y la madre los que intervienen en una película, y su talento y virtuosismo se suele notar en pantalla. El problema es que si Penélope Cruz o Amenánabar son conocidos por todo Cristo y encanta ver su nuevo "look", no pasa lo mismo con la mayoría de los maquilladores, camarógrafos, editores, diseñadores de vestuario... y cortometrajistas, cuyos emocionados agradecimientos ante el micro dejan más bien indiferentes a los telespectadores. Este rollo de los Goya, como el de los Oscar, tiene sentido sobre todo gracias a la tele, y ese medio hoy no está hecho -parece- para gente relajada sino para impacientes devoradores de imágenes y sensaciones que aporrean febrilmente el mando al menor signo de desinterés.

Los cortos españoles han tenido notables éxitos en los últimos años. El último fue el pasado fin de semana el premio EFA para Chapero-Jackson. Lo cual no quita para que me parezca como espectador durante años de estas pequeñas piezas en festivales que la gran mayoría de los cortos, como diría un venerable crítico al que servidor veía en la tele de blanco y negro de su infancia... "se hacen largos". Que son malos con ganas, para qué vamos a negarlo. Aquí y fuera. Todo el que sueña con ser director "tiene" que hacer un corto. Porque así es como se aprende, le obligan en las escuelas o siente ese ansia. Lo malo es cuando realmente no se tiene o no se sabe qué contar, y de ahí salen esos engendros aburridos, pretenciosos, sin gracia que nos encasquetan en los festivales.

Y es que, queridos amigos, el talento no es una enfermedad ni contagiosa ni frecuente. En España deben producirse el doble de cortos que de largos, o sea entre 200 u 300 al año. Estadísticamente, algunos pocos tienen que ser buenos, y lo son. Pero pienso que los cortometrajistas deberían asumir un punto de realismo y considerar que si ni siquiera todos los largos españoles llegan decentemente a las salas, la idea de inundarlas de cortos buenos, mediocres o malos resulta un tanto utópica. No es un género comercialmente atractivo. Si lo fuera ya se vería en los cines y las cadenas de TV. Dicho lo cual, me alegro de que los Goya vuelvan a acoger a los cortos, y pienso que la Academia debiera más bien ocuparse de buscar buenos guionistas y presentadores para agilizar y hacer más atractiva su gala que tomar la tijera y eliminar a colectivos que tienen derecho a la vida... televisada.

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