viernes, 31 de agosto de 2007

José Luis de Vilallonga descansa en paz… con clase

Hace unos cuantos años me tocó por aquello de que había ejercido de actor y acababa de publicar un tomo de sus memorias, entrevistar a José Luis de Vilallonga. Fue uno de esos encargos que te hacen en el medio en el que trabajas –en mi caso la agencia de noticias Fax Press, por entonces dirigida por Manu Leguineche- y que te caen de rebote, porque normalmente el asunto literario lo llevaba mi compañero Héctor. Ni que decir tiene que no había leído el libro, y como la entrevista era para eyer, apenas tuve tiempo de ojearlo. Pero sí me quedaba en la memoria la presencia de este “bon vivant” en las películas de Fellini o en “Desayuno con diamantes”, así que bastante interesado por el personaje, me fui al Palace a la cita con el aristócrata escritor.

En los 60, este noble antifranquista se había convertido en una especie de icono internacional del seductor con clase, del noble hecho para llenar un smoking, darle toda su salsa a una fiesta o romper el corazón a la heredera de un naviero griego. No fue por tanto extraño que a alguien se le ocurriera darle un papel… de sí mismo. O al menos de la imagen que los demás siempre tuvieron de él.

Aunque de aquella charla del Palace recuerdo sobre todo una anécdota de Fellini que me hizo mucha gracia y luego les cuento, también me dijo que para él ser actor resultó lo más fácil y natural del mundo, ya que había sido uno de los pocos ante la cámara en poder rodar una cuarentena de títulos –normalmente como secundario que da lustre- sin dejar de hacer de lo que realmente era: un playboy de la alta sociedad.

Y voy con la anécdota. Me decía que un día en Roma Fellini se lo llevó de paseo con el mayor de los misterios, diciéndole que le iba a mostrar algo extraordinario. Así, llegaron a un piso donde en un dormitorio había una señora entrada en carnes, que al verlos entrar –posiblemente lo hacía para Federico con asiduidad- les mostró generosamente y sin mediar palabra su trasero desnudo, lo que hizo las delicias del cineasta italiano.

La elegancia y la clase no se compran en las boutiques de Serrano, los Campos Elíseos o la Vía Venetto. No se si son genéticas o se adquieren con el tiempo, pero lo que es seguro es que José Luis de Vilallonga las poseía. Pertenecía a una raza de catalanes ilustrados y viajados, es decir poco nacionalistas, hablaba despacio y cautivaba en la distancia. Supongo que todos los hombres en otra vida quisiéramos ser un Cary Grant, un Goerge Clooney o un Vilallonga. Descanse en paz, después de haber vivido cojonudamente bien…

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