domingo, 30 de septiembre de 2007

San Sebastián 2007: Reproches desde el cariño (y II)


Son felices y comen perdices... Como en los cuentos de hadas ha terminado el festival de San Sebastián, con Paul Auster y Wayne Wang abrazados después que el jurado presidido por el primero premiara al segundo con la Concha de Oro. Habrá quien hable de "tongo", pero eso sería minusvalorar al resto de los miembros del mismo jurado, que tampoco son niños de pecho como para dejarse embelesar por el encantador de serpientes neoyorquino. Los antiguos "socios" de "Blue in the face" y "Smoke" se acababan de reconciliar en el comedor del María Cristina, desayunando, tras siete años de no hablarse.

En cualquier caso, un jurado siempre falla de manera subjetiva, porque está conformado por seres humanos. Tengo alguna experiencia en esos menesteres -y en unos días volveré a tenerla en la Muestra de Santo Domingo- y la verdad es que no me puedo quejar. Alguna vez me han hablado de otros jurados en los que uno de sus miembros desde el principio se empeña en convencer a todo el mundo de las virtudes de su película favorita, y la cosa acaba como el rosario de la aurora. Por suerte, en mis casos todo ha sido amigable y casi casi unánime. Nos han gustado las mismas películas. Claro que no los he compartido con estrellas de cine o directores de primer nivel. Han sido experiencias más modestas...

El caso es que San Sebastián este año lo he vivido desde fuera, buena ocasión para medir la repercusión que el festival ha tenido en los medios nacionales e internacionales. Este año, no se si por empeño o por suerte (la suerte es fundamental en estos casos, que puedan acudir la mayoría de los invitados) ha habido glamour. El periodista de un nuevo diario ha hecho un balance este domingo un tanto talibán, criticando el Donostia a un actor como Richard Gere que según el colega no se lo merece, y destacando que lo importante es descubrir nuevos talentos y tal y cual... Bueno, que mire a Cannes, a Berlín o Venecia. Y me diga si esos no son los mejores festivales (junto con Toronto y Sundance) y si en todos ellos no hay estrellas.

Desde mi punto de vista el problema no está en si Richard Gere era merecedor o no del Donostia (a mi me parece que es un buen receptor, sobre todo comparativamente con algunos nombres del pasado reciente), sino en la programación. Como ya he comentado aquí, más de la mitad de las películas en Sección Oficial se estrenó en Toronto. La primera, esa Concha de Oro de "Mil años de oración". Y si de algo presumen este o el otro certamen es de la cantidad y calidad de sus estrenos mundiales. San Sebastián ha tenido muy pocos.

Podemos revisar el palmarés, y dejando aparte la española "Siete mesas de billar francés", tanto "Battle for Haditah", como "Buda explotó por vergüenza", "Honeydripper" y "Exodus", todas ellas premiadas, se lanzaron como la Concha de Oro primero en Toronto. Esto no ocurre con los primeros festivales del mundo, que no suelen aceptar ser platos de segunda mesa.

Admito que quizás el problema sea insoluble, porque la única posibilidad sería cambiar las fechas del festival, y eso probablemente no fuera bien aceptado en la ciudad. Por tanto, Donosti nunca mejorará, a no ser que lo haga de la mano de atraer más figuras, para al menos compararse en glamour con los demás grandes. Habrá, eso sí, un año algo mejor y otro no tanto, según como sea la cosecha postveraniega de cine, pero San Sebastián mientras se celebre a finales de septiembre será la oportunidad de ver en Europa algunas de las películas de Toronto. Eso es así, no por culpa de Olaciregui y sus muchachos, sino porque no hay alternativa. Todo el mundo quiere ir al certamen canadiense porque es la puerta de entrada al mercado norteamericano y hay posibilidades de vender a ese y otros países. Ningún productor en su sano juicio preferiría estrenar en San Sebastián. O sea, mejor asumimos que esto es lo que hay y que el donostiarra ha tocado ya su techo. Puede presumir de tener un enorme público, muchas y variadas secciones, que se celebra en una de las ciudades más bellas del mundo, y que se come infinitamente mejor que en Canadá. Pero siempre va ir en el vagón de cola. Y lo digo con pena, porque uno mantiene su corazoncito donostiarra...

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